CAPÍTULO 3
- Aprenderé -dijo Tom.
- No hay nada que aprender -continuó el responsable del circo-. Aquí se nace con un don o no se sirve. Es lo más sencillo del mundo. ¿Crees que alguien pagaría por ver a un chico como tú, tan normal, con sus dos ojos, sus dos piernas, con sus dos brazos...? Te digo yo, que llevo en esto 30 años, que nadie pagaría por verte la cara.
- Estoy seguro de que si me da una oportunidad, no le defraudaría. Le demostraría que puedo ser tan monstruoso como cualquier otro artista.
- Mira chaval, estoy seguro de que te esforzarías y de que trabajarías duro y sin rechistar -el responsable del circo tomó aire-. Sin embargo, no tienes cabida en un lugar como éste como no la tiene una ballena en la selva o un león en el fondo del mar. ¿Te imaginas un león en medio del océano, pidiendo a gritos que le dejen vivir allí? Es imposible, y cuanto antes te des cuenta de ello, mejor. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante locura? Esta noche has visto nuestro espectáculo y has conocido a nuestros artistas. Esta noche has vivido la magia de nuestro circo y entiendo que te hayas sentido embriagado por las luces y los aplausos, pero tú jamás podrás ser como ellos. Jamás podrás formar parte de nuestro espectáculo.
- Pero, ¿por qué? -volvió a preguntar desesperado Tom.
- Sencillamente, porque eres normal, demasiado normal, para trabajar en un circo de seres extraordinarios.
El
dueño del circo se giró y se marchó sin decir nada más. Tom cogió
su maleta y se alejó a lo largo de la calle, intentando entender por
qué había nacido normal, cuando sólo deseaba ser un monstruo.
Hacía
un mes que había dejado su casa y ya eran demasiados los lugares que
lo habían rechazado. Ni siquiera le habían dado una oportunidad
para demostrar su talento. Quizá su madre tenía razón y nunca
conseguiría trabajar en un circo de seres extraordinarios,
sencillamente, por ser normal. Por no haber nacido deforme. Pero él
se sentía un monstruo. Desde pequeño sentía que no formaba parte
de ningún lugar, que era un bicho raro. Un niño normal rechazado
por ser un monstruo y un monstruo rechazado por ser normal. Jamás
encontraría un lugar en el que sentirse tranquilo. Había hecho todo
lo posible por formar parte del mundo. Se había vestido de manera
normal. Había actuado como una persona normal. Comido, hablado,
pensado y jugado con normalidad. Pero seguía sintiendo las miradas
extrañas de sus compañeros de colegio, de sus profesores, de sus
vecinos. Miradas terribles que lo desnudaban, capaces de hacerle
sentir vergüenza por ser él mismo. Pero por mucho que lo intentase,
todas las noches tenía aquel extraño sueño. Un sueño donde su
cuerpo deforme arrancaba los aplausos y los vítores del público. Y
al despertar, corría hasta el espejo para ver su rostro y comprobar
que todo seguía igual. Entonces, deseaba arrancar la máscara de su
cara y liberarse de sí mismo. De la pesada carga de ser alguien
encerrado en un cuerpo y en una vida que no le pertenecían.
Tom
caminaba despacio arrastrando los pies. No había nadie en la calle.
Estaba solo, se sentía solo. Debía encontrar un lugar donde pasar
la noche e intentar dormir. Mañana sería otro día y había muchos
circos que visitar aún. Descansar le vendría bien. Intentar no
pensar.
Entró
en uno de las pensiones que poblaban la calle. En la recepción, una
chica joven lo miró con desconfianza. Pidió una habitación con
baño. Ella le dio la llave de la 404. Subió las escaleras de cuatro
plantas con ritmo cansino. La joven volvió a su lugar de descanso y
cerró con llave. Tom abrió la puerta del cuarto y se dirigió
directamente a la cama. Se tumbó sobre las sábanas grises con la
ropa puesta y se durmió. Apenas cerró los ojos, volvió a soñar.
De nuevo, se sintió atrapado en aquel espectáculo, abrumado por los
aplausos, orgulloso de ser un monstruo. En su rostro, una sonrisa.
Desde
uno de los oscuros callejones que cruzaban la calle, una anciana
vestida de negro había seguido los pasos de Tom con la mirada
mientras en su bolso guardaba una fotografía en blanco y negro.