viernes, 24 de octubre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry.


CAPÍTULO 3

    • Aprenderé -dijo Tom.
    • No hay nada que aprender -continuó el responsable del circo-. Aquí se nace con un don o no se sirve. Es lo más sencillo del mundo. ¿Crees que alguien pagaría por ver a un chico como tú, tan normal, con sus dos ojos, sus dos piernas, con sus dos brazos...? Te digo yo, que llevo en esto 30 años, que nadie pagaría por verte la cara.
    • Estoy seguro de que si me da una oportunidad, no le defraudaría. Le demostraría que puedo ser tan monstruoso como cualquier otro artista.
    • Mira chaval, estoy seguro de que te esforzarías y de que trabajarías duro y sin rechistar -el responsable del circo tomó aire-. Sin embargo, no tienes cabida en un lugar como éste como no la tiene una ballena en la selva o un león en el fondo del mar. ¿Te imaginas un león en medio del océano, pidiendo a gritos que le dejen vivir allí? Es imposible, y cuanto antes te des cuenta de ello, mejor. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante locura? Esta noche has visto nuestro espectáculo y has conocido a nuestros artistas. Esta noche has vivido la magia de nuestro circo y entiendo que te hayas sentido embriagado por las luces y los aplausos, pero tú jamás podrás ser como ellos. Jamás podrás formar parte de nuestro espectáculo.
    • Pero, ¿por qué? -volvió a preguntar desesperado Tom.
    • Sencillamente, porque eres normal, demasiado normal, para trabajar en un circo de seres extraordinarios.

El dueño del circo se giró y se marchó sin decir nada más. Tom cogió su maleta y se alejó a lo largo de la calle, intentando entender por qué había nacido normal, cuando sólo deseaba ser un monstruo.

Hacía un mes que había dejado su casa y ya eran demasiados los lugares que lo habían rechazado. Ni siquiera le habían dado una oportunidad para demostrar su talento. Quizá su madre tenía razón y nunca conseguiría trabajar en un circo de seres extraordinarios, sencillamente, por ser normal. Por no haber nacido deforme. Pero él se sentía un monstruo. Desde pequeño sentía que no formaba parte de ningún lugar, que era un bicho raro. Un niño normal rechazado por ser un monstruo y un monstruo rechazado por ser normal. Jamás encontraría un lugar en el que sentirse tranquilo. Había hecho todo lo posible por formar parte del mundo. Se había vestido de manera normal. Había actuado como una persona normal. Comido, hablado, pensado y jugado con normalidad. Pero seguía sintiendo las miradas extrañas de sus compañeros de colegio, de sus profesores, de sus vecinos. Miradas terribles que lo desnudaban, capaces de hacerle sentir vergüenza por ser él mismo. Pero por mucho que lo intentase, todas las noches tenía aquel extraño sueño. Un sueño donde su cuerpo deforme arrancaba los aplausos y los vítores del público. Y al despertar, corría hasta el espejo para ver su rostro y comprobar que todo seguía igual. Entonces, deseaba arrancar la máscara de su cara y liberarse de sí mismo. De la pesada carga de ser alguien encerrado en un cuerpo y en una vida que no le pertenecían.

Tom caminaba despacio arrastrando los pies. No había nadie en la calle. Estaba solo, se sentía solo. Debía encontrar un lugar donde pasar la noche e intentar dormir. Mañana sería otro día y había muchos circos que visitar aún. Descansar le vendría bien. Intentar no pensar.

Entró en uno de las pensiones que poblaban la calle. En la recepción, una chica joven lo miró con desconfianza. Pidió una habitación con baño. Ella le dio la llave de la 404. Subió las escaleras de cuatro plantas con ritmo cansino. La joven volvió a su lugar de descanso y cerró con llave. Tom abrió la puerta del cuarto y se dirigió directamente a la cama. Se tumbó sobre las sábanas grises con la ropa puesta y se durmió. Apenas cerró los ojos, volvió a soñar. De nuevo, se sintió atrapado en aquel espectáculo, abrumado por los aplausos, orgulloso de ser un monstruo. En su rostro, una sonrisa.

Desde uno de los oscuros callejones que cruzaban la calle, una anciana vestida de negro había seguido los pasos de Tom con la mirada mientras en su bolso guardaba una fotografía en blanco y negro.

martes, 14 de octubre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry


CAPÍTULO 2

Todo el elenco de artistas que formaba el circo “De monstres de papier” esperaba con impaciencia el nacimiento del hijo de Martha, la mujer de tres ojos. Todos se arremolinaron alrededor de la joven madre para protegerla del frío y ayudarla en el parto. Nadie le había preguntado nunca a Martha quién era el padre y ella nunca había hablado de ello. Durante los nueve meses de embarazo, se había comportado muy profesionalmente y jamás se había quejado o dejado de trabajar. Hasta la última función del día, ella había estado sobre el escenario mostrando sus tres ojos y representando su pequeño teatrillo con Aleksei, el hombre sin nariz.

Fue justo a medianoche cuando Martha se puso de parto. La gran mayoría de los actores, aún permanecían en el comedor terminando su plato de arroz hervido y bebiendo vino. Rápidamente, Goliat arrastró con su brazo todo lo que había sobre la mesa y lo dejó caer al suelo. Agarró a Martha y la tumbó. No era la primera vez que alguien se ponía de parto en el circo y todos tenían bastante claro su papel en aquel espectáculo.
 
Jerry no tardó en llegar al mundo. Un fuerte llanto llenó de alegría a todos los allí presentes. Además, el niño venía con un pan debajo del brazo o, mejor dicho, con una oreja en la frente. El recién nacido tenía tres orejas y aquello aseguraba su futuro profesional dentro de “Des monstres de papier”. Pero el parto no terminó ahí. Martha seguía gritando de dolor. Juana La Enana fue la primera en percatarse de que la función no había terminado y que aún quedaba por nacer otro ser. En apenas unos segundos, nació el segundo hijo de Martha. En este caso, una niña preciosa y perfecta. 
 
Todos quedaron inmóviles al descubrir la belleza de aquella niña. Su hermosura resaltaba aún con más fuerza en un lugar donde la suciedad y la fealdad encontraban un espacio perfecto para habitar sin llamar la atención.

Aleksei fue el único capaz de acercarse a ella y cogerla en brazos. La niña, al contrario que su hermano, no derramó una lágrima. Sus grandes ojos azules miraban detenidamente a los horribles espectadores allí congregados. Los observaba con detenimiento, como si estuviese mirando dentro del alma de cada uno de ellos. Más de uno sintió un escalofrío y, alguno, incluso miedo. 
 
La madre, Martha, no quiso ni tocarla. Gritó con todas sus fuerzas cuando Aleksei intentó poner al bebé sobre su regazo. Lo insultó y pataleó con rabia y desprecio. Aquella niña tan perfecta no podía haber salido de sus entrañas. 
 
Aleksei la llevó consigo a su caravana bajo la atenta mirada de una troupe de monstruos. En la soledad de su hogar y bajo la luz del candil, le puso por nombre Rose Mary.

lunes, 6 de octubre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry.





CAPÍTULO 1



Desde su nacimiento, Tom siempre había soñado con trabajar en el circo. Pero no en un circo cualquiera. Él deseaba formar parte de un circo repleto de seres extraordinarios. Hombres y mujeres únicos como él.

A su madre, aquella idea le pareció siempre absurda. Su hijo era un chico normal que soñaba con ser diferente. Todos los jóvenes de esa edad eran iguales. Todos fantaseaban con una vida alejada de convencionalismos y estereotipos. Sin embargo, Tom no quería ser un superhéroe dispuesto a salvar el mundo o, incluso un villano deseoso de dominar y destruir el planeta. Su madre hubiese preferido un niño malvado que un aprendiz de monstruo. Pero al niño se le había metido en la cabeza la inquietante idea de ser un prodigio para formar parte del elenco de actores y actrices que actuaban en los circos monstruosos que se habían puesto tan de moda en los últimos años.

A los once años, Tom despertó una mañana con la ilusión de haberse vuelto monstruoso. Corrió hasta el baño, encendió la luz y miró atentamente su imagen en el espejo esperando encontrar un cambio, un indicio de su transformación en engendro de feria. Pronto descubrió que su rostro seguía siendo el de un niño normal y la ilusión que habitó en sus ojos se convirtió en rabia y frustración.

Desde ese día, todas las mañanas despertaba con el mismo deseo. Corría hasta el baño, encendía la luz y miraba su imagen en el espejo una y otra vez. Todas aquellas cientos de mañanas, transformaron su mirada en fracaso, dolor y rabia.

El día del decimo octavo cumpleaños de Tom y tras una vida penosa y sin amigos. Agarró un poco de ropa que metió en una vieja maleta de su madre y fue a la cocina para despedirse de ella. Ésta lo esperaba con las luces apagadas y una pequeña tarta en las manos. Cuando Tom encendió la luz y descubrió a su madre, no pudo reprimir un pequeño gesto de sorpresa.

    • ¡Felicidades! -gritó su madre.

Tom no dijo nada. Se dirigió hacia ella y de un leve soplido apagó la pequeña vela que su madre acababa de encender. Ambos se sentaron en la mesa de la cocina sin decir nada. Repartieron la tarta de cumpleaños y comenzaron a comer en silencio. Fue en el segundo trozo de pastel cuando su madre descubrió la vieja maleta junto a la silla.

    • ¿Te vas? -preguntó la madre.
    • Sí. Ha llegado el momento de salir de aquí y hacer realidad mi sueño. En algún lugar del mundo hay un circo esperándome. Dispuesto a entender al ser que llevo dentro.
    • Ningún circo te contratará jamás -dijo la madre.
    • Y eso, ¿cómo lo sabes?
    • Lo sé. He visto demasiados circos de monstruos para saber que tú nunca formarás parte de ellos. Por mucho que lo pienso, no recuerdo en qué momento te has vuelto loco.
    • Yo tampoco recuerdo el momento en el que lo hiciste tú -dijo Tom-. Quizás enloqueciste poco a poco. En todas esas tardes, sentada en el sillón, esperando con la mirada perdida a un hombre que te repudió cuando descubrió que estabas embarazada.
    • Tu padre.
    • Mi padre ¿Por qué no hablas de mi padre?
    • ¿Todo esto lo haces por tu padre? -preguntó la madre.
    • No. No lo sé –Tom se quedó pensando unos segundos-. Sé que dentro de mí hay un monstruo con un deseo enorme de encontrar su sitio lejos de toda esta falsa perfección. Lejos de ti y de esta casa.
    • Es mejor que te vayas.
    • Es mejor que me vaya.

Tom dejó la cuchara en el plato y se levantó de la silla. Su madre no se movió. Siguió comiendo. Tom cogió la maleta y se marchó sin decir nada.

Se oyó el sonido de la puerta al cerrarse y quedó el silencio de todos los recuerdos.