CAPÍTULO
1
Desde
su nacimiento, Tom siempre había soñado con trabajar en el circo.
Pero no en un circo cualquiera. Él deseaba formar parte de un circo
repleto de seres extraordinarios. Hombres y mujeres únicos como él.
A
su madre, aquella idea le pareció siempre absurda. Su hijo era un
chico normal que soñaba con ser diferente. Todos los jóvenes de esa
edad eran iguales. Todos fantaseaban con una vida alejada de
convencionalismos y estereotipos. Sin embargo, Tom no quería ser un
superhéroe dispuesto a salvar el mundo o, incluso un villano deseoso
de dominar y destruir el planeta. Su madre hubiese preferido un niño
malvado que un aprendiz de monstruo. Pero al niño se le había
metido en la cabeza la inquietante idea de ser un prodigio para
formar parte del elenco de actores y actrices que actuaban en los
circos monstruosos que se habían puesto tan de moda en los últimos
años.
A
los once años, Tom despertó una mañana con la ilusión de haberse
vuelto monstruoso. Corrió hasta el baño, encendió la luz y miró
atentamente su imagen en el espejo esperando encontrar un cambio, un
indicio de su transformación en engendro de feria. Pronto descubrió
que su rostro seguía siendo el de un niño normal y la ilusión que
habitó en sus ojos se convirtió en rabia y frustración.
Desde
ese día, todas las mañanas despertaba con el mismo deseo. Corría
hasta el baño, encendía la luz y miraba su imagen en el espejo una
y otra vez. Todas aquellas cientos de mañanas, transformaron su
mirada en fracaso, dolor y rabia.
El día del decimo octavo cumpleaños de Tom y tras una vida penosa y sin
amigos. Agarró un poco de ropa que metió en una vieja maleta de su
madre y fue a la cocina para despedirse de ella. Ésta lo esperaba
con las luces apagadas y una pequeña tarta en las manos. Cuando Tom
encendió la luz y descubrió a su madre, no pudo reprimir un pequeño
gesto de sorpresa.
- ¡Felicidades! -gritó su madre.
Tom
no dijo nada. Se dirigió hacia ella y de un leve soplido apagó la
pequeña vela que su madre acababa de encender. Ambos se sentaron en
la mesa de la cocina sin decir nada. Repartieron la tarta de
cumpleaños y comenzaron a comer en silencio. Fue en el segundo trozo
de pastel cuando su madre descubrió la vieja maleta junto a la
silla.
- ¿Te vas? -preguntó la madre.
- Sí. Ha llegado el momento de salir de aquí y hacer realidad mi sueño. En algún lugar del mundo hay un circo esperándome. Dispuesto a entender al ser que llevo dentro.
- Ningún circo te contratará jamás -dijo la madre.
- Y eso, ¿cómo lo sabes?
- Lo sé. He visto demasiados circos de monstruos para saber que tú nunca formarás parte de ellos. Por mucho que lo pienso, no recuerdo en qué momento te has vuelto loco.
- Yo tampoco recuerdo el momento en el que lo hiciste tú -dijo Tom-. Quizás enloqueciste poco a poco. En todas esas tardes, sentada en el sillón, esperando con la mirada perdida a un hombre que te repudió cuando descubrió que estabas embarazada.
- Tu padre.
- Mi padre ¿Por qué no hablas de mi padre?
- ¿Todo esto lo haces por tu padre? -preguntó la madre.
- No. No lo sé –Tom se quedó pensando unos segundos-. Sé que dentro de mí hay un monstruo con un deseo enorme de encontrar su sitio lejos de toda esta falsa perfección. Lejos de ti y de esta casa.
- Es mejor que te vayas.
- Es mejor que me vaya.
Tom
dejó la cuchara en el plato y se levantó de la silla. Su madre no
se movió. Siguió comiendo. Tom cogió la maleta y se marchó sin
decir nada.
Se
oyó el sonido de la puerta al cerrarse y quedó el silencio de todos
los recuerdos.
Menuda pasada ¡Se palpa una aventura!
ResponderEliminarY yo que iba engañada con los nombres de Tom y Jerry... Me ha encantado la historia y cómo lo escribes. Se nota que está hecha para narrar en voz alta, solo falta alguien ansioso por escuchar, y yo estoy deseando escuchar la segunda parte.
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