jueves, 6 de noviembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry.

CAPÍTULO 4



Desde el nacimiento de los mellizos, Aleksei ejerció de padre. Llevaba años trabajando como pareja de Martha y sentía que era su obligación como compañero. Además, desde el principio, la madre se había mostrado distante con sus hijos y alguien debía hacerse cargo de ellos.

Jerry era un niño alegre, cariñoso y muy simpático. Le gustaba corretear por todas partes y jugar con todos los miembros del circo. Pronto, tuvo su primera oportunidad en el mundo del espectáculo. Un papel pequeño dentro de la función. Tan sólo tenía que entregar un paquete a Goliat el gigante. Pero en cuanto aparecía en el escenario, el público dejaba escapar un largo, tierno y entrañable “¡Ooooh!” Que se tornaba en horror y repugnancia cuando descubrían la tercera oreja de su frente. Todo un éxito. Él solo, era capaz de vender todas las entradas de la función. Más de uno de los actores hubiese deseado semejante muestra de asco hacia su persona, pero eso era un don que no estaba al alcance de cualquier artista.

Rose Mary, sin embargo, fue una niña solitaria y retraída. Era tal su belleza, su hermosura y su perfección que nadie quería estar a su lado. Todos se sentían más horribles y más monstruosos cada vez que estaban cerca de aquel ser.

No dijo sus primeras palabras hasta los 4 años, aunque nadie se dio cuenta de su silencio. Pasaba los días sentada en una vieja silla de enea. Lejos de todo el mundo. Mirando al infinito y en silencio. Solamente Jerry y Aleksei eran capaces de atraer su atención. Su hermano conseguía, en algunas ocasiones, que ambos diesen un pequeño paseo juntos e incluso que jugasen a rayuela.

Martha nunca se acercó a su hija. Se sentía avergonzada de que un ser de semejante belleza hubiese salido de su vientre. Estaba convencida de que la culpa de todo la tenía el padre. Nunca debió montarse en ese coche negro. Nunca debió entrar en aquel palacio. Nunca debió... Hay noches, difíciles de olvidar.

Sin embargo, cada vez que el coche negro aparecía por el circo, Martha lo dejaba todo y se subía en él. Algunas veces, pasaban días hasta que ella volvía y, en más de una ocasión, lo hacía con algunos moratones en el cuerpo. Sin embargo, ella traía una enorme sonrisa y un gran fajo de billetes que escondía en un bote de Eko bajo la cama, junto con otros fajos de billetes. No siempre el espectáculo sucedía sólo en el circo.

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