Hace
unos años, en una de mis salidas a las librerías a la búsqueda y
captura de nuevos libros con los que poblar mi biblioteca y saciar
mis deseos de nuevas lecturas, encontré por casualidad un álbum
ilustrado con cuatro cuentos escritos, ni más ni menos, que por
Eugène Ionesco. Desde que La cantante calva llegó a mi vida
en mi juventud, me he sentido fascinado por los textos teatrales
absurdos y surrealistas de este autor y, he de reconocer, que
desconocía por completo la existencia de un libro suyo de cuentos
infantiles. Así que, sin dudar un solo segundo, agarré el tomo de
la estantería, lo pagué y me lo llevé a casa ansioso por empezar a
leerlo.
Hace
pocos días, lo volví a sacar del montón de libros que tengo en
casa, para una nueva relectura. Otra vez, el absurdo más absurdo se
apoderó de los cuentos y, como lector, me dejé arrastrar por esa
extravagante realidad tan divertida que Ionesco propone en estos
cuentos de la misma forma que hace en sus textos teatrales.
Cuatro
son las historias que componen este libro publicado por Combel y
destinado a niños de tres años en adelante. Cuatro historias que el
propio autor contaba a su hija cuando ésta era pequeña y que,
gracias a la idea del ilustrador Etienne Delessert, se convirtieron
en este álbum ilustrado.
Los
cuentos comienzan cuando la pequeña Josette acude al dormitorio de
sus padres para que su padre le cuente un cuento. Es ahí, en el
encuentro padre e hija, donde las aventuras entre ellos comienzan y
la imaginación se desborda.
Historias
sencillas cargadas de repeticiones y juegos de palabras que podríamos
dividir en dos partes. Por un lado, los dos primeros cuentos, donde
los juegos de palabras y los absurdos que las componen son realmente
divertidos. El autor muestra toda su capacidad e imaginación en ese
mundo compuesto sólo por personas llamadas Jacqueline o, en el
segundo cuento, cuando todos los objetos cambian sus nombres en un
juego ingenioso y disparatado. El teléfono pasa a llamarse queso, el
queso se convierte en caja de música... Por otro lado, nos
encontramos las dos historias finales. Éstas, aunque con momentos de
gran imaginación, no llegan al nivel de divertimento de las
anteriores. Mantienen el estilo del autor, claramente reconocible en
toda su obra, pero no consiguen despegar del todo y sólo logran
elevarse un poco en momentos puntuales.
Las
ilustraciones de Etienne Delessert son preciosas y completan en
muchos momentos el texto de una forma muy acertada. Pero, a veces, el
ilustrador se pierde en los elementos característicos de la obra de
Ionesco, olvidando por completo el texto que estamos leyendo, para
mostrarnos otros lugares ajenos a las palabras. Por ejemplo,
encontramos varias ilustraciones de rinocerontes e, incluso, un
dibujo haciendo alusión a la obra teatral La silla.
Un
buen libro en su conjunto que dispara la imaginación y nos conduce
por los caminos del absurdo. Un álbum ilustrado perfecto para los
niños más pequeños, que ven el mundo como un juego plagado de
preguntas, y estimulante para los adultos dispuestos a no dar nada
por sentado.