Cada vez que me
siento a leer un libro de Michael Ende no puedo dejar de pensar
durante unos minutos en La historia Interminable o en Momo.
Creo que siempre hay un antes y un después de leer esas dos
historias. Recorrer el Reino de la Fantasía de la mano de Bastian y
Atreyu intentando que la Nada no lo devore Todo o conocer a Momo y
dejarse seducir por su visión del mundo, descubrir lo importante y
escapar de los Hombres Grises. Hay tanto que aprender de estos dos
libros...
Pero centrémonos en
El secreto de Lena. En este libro, Michael Ende, nos narra la
historia de una niña que es feliz cuando sus padres la obedecen. Sin
embargo, eso ocurre en contadas ocasiones. Es por eso, que un día
Lena decide salir a la calle en busca de un hada que pueda ayudarla a
conseguir que sus padres hagan siempre lo que ella quiera.
Cuando leía el
libro intentaba imaginar como se sentiría un niño al leerlo y
pensaba cuánto debía de disfrutar al fantasear con la idea de sus
padres encogiéndose poco a poco, porque no le obedecían. Es una
mezcla entre diversión e inquietud. Diversión por lo cómico del
proceso e inquietud por lo desastroso de sus consecuencias.
El autor nos hace
recorrer un camino maravilloso, casi sin darnos cuenta, por los
deseos de una niña que busca su lugar dentro de su casa y que para
ello, encuentra en la desobediencia su mejor arma. Nos guía para
entender que en la convivencia entre padres e hijos, no todo vale y
es importante tanto el consenso como la rebeldía.
Si acaso tuviese que
ponerle alguna pega al libro, sería la rapidez con la que suceden
los hechos en algunas ocasiones. Una pega que podría ponerle a éste
y a otros muchos libros. Me cuesta seguir bien la historia cuando el
narrador no le dedica el tiempo necesario a lo que acontece. Pasa
casi de puntillas por algunos sucesos, convirtiendo la historia en un
puzle de momentos interesantes y, obviando, cierto hilo argumental
que podría hacer la historia más estimulante.
El secreto de
Lena es una historia para leer con los hijos y comentarla.
Disfrutar con las palabras de Michael Ende y dejarse llevar, una vez
más, por su fantasía.
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