jueves, 22 de enero de 2015

La otra historia de Tom y Jerry

CAPÍTULO 11

Tom esperaba a Jerry con impaciencia. El espectáculo había comenzado hacía apenas unos minutos y sabía que no tenía mucho tiempo. Todo debía hacerse con rapidez.
Jerry llegó maquillado y vestido para la función.
- ¿Estás seguro de lo que vas a hacer? -preguntó Jerry.
- Sí. Quiero ser parte de este circo y lo voy a conseguir -respondió Tom seriamente.
- Como quieras, pero si en algún momento te arrepientes, dímelo y pararemos.
Tom hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Estaba decidido a hacerlo y nada ni nadie iba a impedírselo. Aunque hacía tres semanas que por fin había conocido a su padre e, incluso, a su abuela, su vida no había cambiado lo más mínimo. Su padre no había vuelto a hablar con él, el rechazo de los miembros del circo era aún mayor que antes y para Rose Mary había dejado de existir. Nada de lo que hiciese o dijese conseguía atraer su atención.
Jerry no quería hacerlo. Aquello le parecía una locura. Sin embargo, sin entender muy bien porqué, había sido incapaz de negarse a la extravagante y siniestra petición que hacía dos días le había hecho Tom. Al principio pensó que todo era producto del vino que estaban bebiendo. Hasta le pareció divertido en un principio. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando Tom le recordó la estúpida idea y le puso fecha, hora y lugar, Jerry apenas pudo mantenerse en pie. ¿Cómo era posible que Tom le estuviese hablando en serio? Ambos sabían que lo que estaban a punto de comenzar, acabaría mal. Muy mal.
Tom abrió la bolsa y sacó la sierra, agujas e hilo negro. Le temblaban ligeramente las manos cuando se los entregó a Jerry. Éste colocó las agujas y el hilo negro junto a él y agarró la sierra con fuerza. No quería que Tom descubriese que tenía miedo.
- ¿Por donde quieres que empiece? -preguntó Jerry.
- Por los pies. Un pie, una mano, un pie, una mano. ¿De acuerdo?
Tom se tumbó en el suelo, junto a la puerta de entrada del circo “Des monstres de papiers”. Jerry, incapaz de mirarlo a los ojos, comenzó a cortarle el pie derecho. De fondo, se escuchaba la función, las risas, los gritos de horror y los aplausos. Tom apretaba los dientes con fuerza mientras las lágrimas caían por su rostro. Después del pie derecho, continuó con la mano izquierda y luego el pie izquierdo y la mano derecha. Con los cuatro miembros amputados, cogió el hilo negro y las agujas y comenzó a coser. Treinta y siete minutos más tarde había terminado. Los pies de Tom ahora estaban donde su manos y éstas ocupaban el lugar de sus pies. La sangre cubría todo el suelo y, lo peor de todo, la hemorragia no cesaba.
- ¿Cómo te encuentras? -preguntó Jerry.
- ¿Soy ya un monstruo? ¿Crees que por fin podré formar parte del circo? -preguntó tembloroso Tom.
- Estoy seguro de que ahora nadie podrá decir que no eres un monstruo. Te has convertido en el mayor de los monstruos. Estoy orgullosos de ti.
- Por fin lo he conseguido -dijo Tom mientras intentaba levantarse del suelo sin éxito-. No tengo fuerzas para levantarme.
- Tom, creo que te estás muriendo -dijo Jerry mientras le agarraba la cabeza para ayudarle a incorporarse un poco.
- Lo sé. Quiero ver a mi padre y a tu hermana. ¿Podrías ir a buscarlos?
Jerry se incorporó inmediatamente y corrió al interior de la carpa. Buscó a Médez y a Rose Mary y les contó lo que estaba sucediendo en la puerta del circo. En apenas un minuto, todos los artistas y el público conocían la noticia. Todo el mundo corrió hacia la calle. Nadie quería perderse el espectáculo.
Tom no podía creerse lo que estaba viendo. Rodeado de monstruos y espectadores asombrados y fascinados se sintió por primera vez protagonista de la función.
Rose Mary y el hombre elefante se arrodillaron juntó a Tom.
- ¿Qué has hecho? -preguntó Rose Mary.
- ¿Por qué lloras? -preguntó a su vez Tom.
- ¿Por qué lo has hecho? -Rose Mary se pasó la mano por los ojos intentando detener sus lágrimas, pero era imposible. El desconsuelo, la pena y la rabia de perder a Tom eran insoportables.
Una enorme sonrisa se mostraba en el rostro de Tom. Por primera vez en su vida era feliz. Miró a su alrededor, vio a su padre que lloraba desconsolado, a los artistas que apenas podían contener las lágrimas y al público que lo miraba seducido y entregado a un acto único. Entonces Tom buscó de nuevo a Rose Mary con la mirada.
- Te amo Rose Mary -Tom susurró sus últimas palabras y murió.
Rose Mary gritó de dolor mientras se abalanzaba sobre Tom, lo abrazaba y lo besaba. Médez, el hombre elefante, extendió los brazos hacia el cielo y gritó el nombre de Tom una y mil veces. Los artistas y el público comenzaron a aplaudir, lo hicieron con todas sus fuerzas y durante varios minutos. La ovación pareció eterna y resonó en toda la ciudad. Ninguno de los que estaban allí olvidarían ese momento. Sin lugar a dudas, había sido el mejor espectáculo que habían visto jamás.
Tom, por fin, había conseguido formar parte del circo “Des monstres de papiers”.

FIN

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