jueves, 29 de enero de 2015

CUENTOS 1, 2, 3, 4. DE EUGÈNE IONESCO Y ETIENNE DELESSERT. ED. COMBEL.

Hace unos años, en una de mis salidas a las librerías a la búsqueda y captura de nuevos libros con los que poblar mi biblioteca y saciar mis deseos de nuevas lecturas, encontré por casualidad un álbum ilustrado con cuatro cuentos escritos, ni más ni menos, que por Eugène Ionesco. Desde que La cantante calva llegó a mi vida en mi juventud, me he sentido fascinado por los textos teatrales absurdos y surrealistas de este autor y, he de reconocer, que desconocía por completo la existencia de un libro suyo de cuentos infantiles. Así que, sin dudar un solo segundo, agarré el tomo de la estantería, lo pagué y me lo llevé a casa ansioso por empezar a leerlo.
Hace pocos días, lo volví a sacar del montón de libros que tengo en casa, para una nueva relectura. Otra vez, el absurdo más absurdo se apoderó de los cuentos y, como lector, me dejé arrastrar por esa extravagante realidad tan divertida que Ionesco propone en estos cuentos de la misma forma que hace en sus textos teatrales.
Cuatro son las historias que componen este libro publicado por Combel y destinado a niños de tres años en adelante. Cuatro historias que el propio autor contaba a su hija cuando ésta era pequeña y que, gracias a la idea del ilustrador Etienne Delessert, se convirtieron en este álbum ilustrado.
Los cuentos comienzan cuando la pequeña Josette acude al dormitorio de sus padres para que su padre le cuente un cuento. Es ahí, en el encuentro padre e hija, donde las aventuras entre ellos comienzan y la imaginación se desborda.
Historias sencillas cargadas de repeticiones y juegos de palabras que podríamos dividir en dos partes. Por un lado, los dos primeros cuentos, donde los juegos de palabras y los absurdos que las componen son realmente divertidos. El autor muestra toda su capacidad e imaginación en ese mundo compuesto sólo por personas llamadas Jacqueline o, en el segundo cuento, cuando todos los objetos cambian sus nombres en un juego ingenioso y disparatado. El teléfono pasa a llamarse queso, el queso se convierte en caja de música... Por otro lado, nos encontramos las dos historias finales. Éstas, aunque con momentos de gran imaginación, no llegan al nivel de divertimento de las anteriores. Mantienen el estilo del autor, claramente reconocible en toda su obra, pero no consiguen despegar del todo y sólo logran elevarse un poco en momentos puntuales.
Las ilustraciones de Etienne Delessert son preciosas y completan en muchos momentos el texto de una forma muy acertada. Pero, a veces, el ilustrador se pierde en los elementos característicos de la obra de Ionesco, olvidando por completo el texto que estamos leyendo, para mostrarnos otros lugares ajenos a las palabras. Por ejemplo, encontramos varias ilustraciones de rinocerontes e, incluso, un dibujo haciendo alusión a la obra teatral La silla.
Un buen libro en su conjunto que dispara la imaginación y nos conduce por los caminos del absurdo. Un álbum ilustrado perfecto para los niños más pequeños, que ven el mundo como un juego plagado de preguntas, y estimulante para los adultos dispuestos a no dar nada por sentado. 


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