sábado, 20 de diciembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry

CAPÍTULO 9

Tom esperaba con impaciencia que Rose Mary viniese a buscarlo. Había decidido hablar con ella y decirle que la amaba. Sin embargo, aquella noche no parecía que la mujer barbuda fuese a visitarlo.
De pronto, en el silencio de la noche comenzó a oírse un murmullo. Los miembros del circo abandonaban sus caravanas y corrían hacia la de Martha. Tom se incorporó preocupado y caminó despacio hasta allí.
Los hombres miraban al suelo consternados. Las mujeres lloraban desconsoladas. Aleksei salió de la caravana, los miró en silencio durante unos segundos y confirmó la noticia. Martha había muerto.
Tom nunca llegó a hablar con ella. Sin embargo, sintió un profundo dolor en el pecho. Buscó a Jerry y a Rose Mary con la mirada. No los encontró. Había demasiada gente. Deseaba estar cerca de ellos, pero era imposible. Ya comenzaba a sentir las miradas inquisitivas de los allí presentes. No debía quedarse con el resto para velarla. Una vez más, no era bien recibido y tenía que marcharse. En el circo, seguía siendo un ser extraño y nadie quería hablar con él. Todos lo veían como una amenaza.
Caminó abatido hasta el árbol donde tenía sus cosas e intentó dormir, pero fue imposible. Rose Mary estaba en todos su pensamientos. No conseguía quitársela de la cabeza.
Al amanecer, muchos de los miembros del circo, abandonaron la caravana de Martha y se dirigieron a las suyas para descansar. Rose Mary salió y caminó decidida hacia Tom. En su rostro, podía verse el cansancio, pero nada más. De nuevo, aquella muchacha ahora convertida en la mujer barbuda, no mostraba sentimientos de ningún tipo.
- No quiero verte nunca más -dijo Rose Mary en cuanto estuvo delante de Tom.
- ¿Qué? -preguntó Tom sin comprender nada.
- He dicho que no quiero verte nunca más. Además, quiero que te marches de aquí. No eres bienvenido a este circo.
- Te quiero y no pienso marcharme -dijo Tom dolido y cargado de orgullo.
- ¿Que me quieres? Tú eres imbécil. Es imposible que puedas quererme, yo soy un monstruo y tú no. Desde que llegaste, no paras de decir tonterías. Te lo digo una última vez, márchate. Aquí ya no pintas nada.
Rose Mary se dio la vuelta y se marchó. Tom no hizo nada por ir tras ella, estaba destrozado.
Un coche negro se detuvo junto a las caravanas. El mismo coche negro que había esperado tantas noches a Martha. Un hombre atractivo, pelo canoso, delgado y bien vestido bajó del vehículo. Caminó hasta el hogar de Martha y entró. Unos minutos más tarde salió a la calle abatido. El conductor salió rápidamente del coche y lo ayudó a montarse en el automóvil. Cerró la puerta y se marcharon rápidamente.
La noche de la muerte de Martha, fue la noche en la que Jerry y Rose Mary conocieron a su padre. Sin embargo, nunca más volvieron a verlo y ellos nunca lo buscaron.




viernes, 12 de diciembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry

CAPÍTULO 8

- Quiero que veas una cosa -dijo Tom mientras caminaba con grandes zancadas.
- Ya te he dicho que no puedo hacer nada -habló Jerry enérgicamente-. Nunca conseguirás formar parte de este circo.
- Sé que tarde o temprano no os quedará más remedio que aceptarme. Estoy cansado de todo esto. ¿Tanto os cuesta ver que soy igual que vosotros?
- A veces pienso que todo es una broma -respondió Jerry resignado-. ¿Qué ves cuando te miras al espejo? ¿Ves a alguien con un rostro como el mío o como el de mi hermana o el de mi madre? Sé que tú no nos ves como los demás, pero eso no significa que seas como nosotros. Aunque te esfuerces, siempre estaremos en mundos distintos.
Tom sintió que las palabras de Jerry eran sinceras. Durante los últimos dos meses había viajado tras el circo “Des monstres de papiers” sin conseguir absolutamente nada. En ese tiempo, Jerry se había convertido en su mejor amigo y Rose Mary, le había robado el corazón.
- Sólo quiero que veas una cosa -insistió Tom-. Quizás cambie tu opinión sobre mí.
Tom sacó de su maleta un cuaderno rojo. Lo abrió y, de su interior, cogió una fotografía en blanco y negro. Tras mirarla apenas dos segundos, se la dio a Jerry. Éste la miró detenidamente. No hizo falta que Tom le dijese nada para comprender que la mujer que estaba en la fotografía era su madre y el niño el propio Tom. Ambos estaban acompañados por un hombre cuya cabeza había sido cortada en la imagen y, sorprendentemente, los tres se encontraban en la entrada del circo.
- ¿Quién es este hombre? -preguntó Jerry.
- No sé realmente quién es. Pero algo me dice que es mi padre y que forma parte de este circo.
Jerry volvió a mirar la fotografía detenidamente. Sabía perfectamente quién era el hombre que aparecía en ella. Lo había visto muchas veces sobre el escenario. Cuando niño, siempre sintió fascinación por sus actuaciones.
- Este hombre es el Señor Médez. Cuando yo era niño, él era una de las estrellas del circo y el cartel con su imagen estaba por todas partes. Recuerdo perfectamente que llevaba este mismo traje en las fotografías. Hace tiempo que ya no actúa, está enfermo. Ahora tenemos nuevo hombre elefante y él, sólo se dedica a la venta de entradas y a ejercer de portero cuando la función ha comenzado.
Jerry le devolvió la fotografía a Tom. Éste la guardó sin mirarla dentro de la libreta roja. Ahora sentía que todo tenía sentido. Durante años había vivido buscando su lugar en un mundo de monstruos y siempre había sido rechazado por ser normal. Sin embargo, él no era normal. Su padre era el hombre elefante. Él era su hijo. En su interior había genes de monstruo. Con suerte, sus hijos serían futuros hombres elefantes.
- No quiero que digas nada -le dijo Jerry casi susurrándole-. Es mejor que no enseñes esa fotografía a nadie más por ahora. Te ayudaré a que hables con tu padre y descubras la verdad de todo. Ahora, tengo que irme. Prométeme que no hablarás de esto con nadie. Ni con mi hermana tampoco.
- Con nadie -respondió Tom extrañado.
- El circo de los monstruos puede convertirse en un lugar muy peligroso si no hacemos bien las cosas. Me marcho, mañana seguiremos hablando.
Tom miró como se alejaba Jerry mientras pensaba en su padre. Muchas eran las preguntas, ahora que conocía la verdad. Sin saber muy bien por qué, comenzó a sentir miedo. Un miedo casi imperceptible que le apretaba el estómago y le recorría todo el cuerpo. Comenzó a caminar. Quería dejar atrás todo, buscar un lugar donde esconderse, donde refugiarse del temor a la verdad.
Caminó durante horas abstraído en sus pensamientos. Recorrió las calles de la nueva ciudad donde había llegado el circo, ajeno al ruido y a la gente con la que se cruzaba. Comenzó a llover. El agua le hizo salir de su ensimismamiento. Empapado aceleró el paso y buscó el camino de regreso al circo. Encontró refugio bajo uno de los toldos de la parte trasera de la carpa y se tumbó en el suelo.
Rose Mary caminaba bajo la lluvia como un espectro. Se acercó a Tom con paso decidido. Se detuvo junto a él. Lo miró durante unos minutos. Le tendió la mano y ambos se marcharon juntos hacia la caravana de ella.
Aquella relación sin palabras, basada en la pasión, era lo más hermoso que Tom había vivido nunca.

jueves, 4 de diciembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry

CAPÍTULO 7

La función estaba a punto de terminar cuando Tom llegó al circo “Des monstres de papiers”. Intentó entrar, pero el Hombre Elefante le impidió el paso.
    • No se puede pasar con la función empezada. Son normas del circo.
    • ¿Quién es el encargado? -preguntó Tom.
    • El señor Ribery es el dueño. Antes lo fue su padre y antes que él su abuelo. ¿Qué quieres? ¿Por qué lo buscas?
    • Quiero trabajar en el circo -respondió Tom con determinación.
El Hombre Elefante lo miró de arriba a abajo. Aquel chico que tenía frente a él parecía normal. Era absurdo que quisiese trabajar en un lugar como ése. Sintió curiosidad y preguntó.
    • ¿Por qué quieres trabajar aquí? No pareces un monstruo a simple vista.
    • Desde pequeño he sentido que mi lugar estaba en un circo de monstruos. Cuando cumplí dieciocho años, cogí la maleta y comencé mi viaje buscando un lugar donde trabajar. Hace un mes, alguien dejó bajo mi puerta una fotografía en la que aparecemos mi madre y yo junto a un hombre al que no puedo ver el rostro porque la imagen está cortada. La foto se hizo justo aquí, en la entrada del circo “Des monstres de papiers”.
    • ¿Puedo ver la fotografía? -preguntó inquieto el Hombre Elefante.
Tom sacó la imagen de la mochila y se la enseñó. El Hombre Elefante la miró con detenimiento durante largo rato. Él sabía perfectamente quien era el hombre cortado. De pronto, el interior del circo rompió en una gran ovación y el público comenzó a salir. Tom guardó la foto, mientras el Hombre Elefante se perdía entre la gente hacia el interior de la carpa.
Minutos después el señor Ribery, acompañado de Jerry, salió para hablar con Tom.
    • El señor Médez me ha dicho que quieres trabajar aquí -dijo.
    • Sí.
    • ¿Sabes que aquí sólo trabajan los monstruos? -preguntó el señor Ribery.
    • ¿Entonces por qué quieres trabajar aquí? -insistió Jerry-. No parece que seas un monstruo.
    • Algo en mi interior -respondió Tom-, me dice que soy un monstruo como cualquiera de vosotros. Estoy cansado de vivir una vida que no me corresponde. Mi aspecto no representa lo que soy y yo no tengo la culpa de haber nacido normal. Sé que puedo trabajar aquí y puedo ser tan monstruoso como cualquiera de vosotros. Además, una fotografía me ha traído hasta aquí.
Tom les mostró la imagen en blanco y negro.
    • Una foto tomada en la entrada de nuestro circo no significa nada -dijo el señor Ribery-. Hay mucha gente que se fotografía en este mismo lugar. No voy a contratarte. Lo siento. Hay que ser alguien especial para trabajar aquí y tú no lo eres.
El señor Ribery se dio la vuelta y se marchó sin decir nada más. Tom estaba abatido. Creía que en aquel lugar, por alguna extraña razón que no llegaba a comprender, encontraría su hogar. Sin embargo, no había sido así. Al igual que en los otros circos, también había sido rechazado.
Jerry lo miraba perplejo. No podía entender como un chico normal deseaba formar parte de un lugar como ése. Aunque nadie hablase de ello, él sabía que todos deseaban huir del allí. Los miembros del circo “Des monstres de papiers” soñaban en secreto con ser normales y tener una vida como la de cualquier espectador.
    • ¿Saben quién es el hombre de esta fotografía? -preguntó Tom.
    • No -contestó rotundo el señor Ribery.
    • Estoy convencido de que el hombre que aparece en esta fotografía trabajó o trabaja en este circo -dijo Tom intentando descubrir algo en sus miradas que pudiese ayudarle en su búsqueda.
    • No creo que trabaje aquí -dijo el señor Ribery mientras le entregaba la foto a Tom y comenzaba girarse para regresar al interior del circo.
    • No pienso marcharme -dijo Tom enrabietado-. Estoy convencido de que éste es mi lugar y os lo demostraré. Además, estoy seguro de que el hombre de la foto es mi padre.
Jerry sabía que el hombre de la fotografía trabajaba allí. Apenas hacía unos minutos que acababa de estar con él. Sin embargo, dentro del circo las reglas eran muy estrictas y nadie hablaba de nadie fuera del circo y, menos, con alguien normal. Aquella foto en blanco y negro no significaba nada. Ni siquiera Tom podía asegurar que él fuese el niño que aparecía en ella.
Rose Mary llegó buscando a su hermano. La cena estaba lista y todos lo estaban esperando. Miró a Tom detenidamente, pero no dijo nada. Jerry se despidió de Tom y se marchó con ella hacia el interior del circo.
Tom se sentó bajo un árbol junto a las caravanas de los artistas. Se sentía cansado de ir de un lugar a otro. Ahora estaba seguro de que por fin había encontrado lo que estaba buscando. Aún no sabía cómo, pero conseguiría trabajar en el circo “Des monstres de papiers” y descubrir quién era su padre.
A medianoche, una mano tocó el hombro de Tom y éste despertó sobresaltado. Su mirada se clavó en el rostro de Rose Mary. Ella lo cogió de la mano y, sin decir nada, lo llevó hasta su caravana. Aquella noche, la mujer barbuda y el chico normal, apenas durmieron.

jueves, 27 de noviembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry

CAPÍTULO 6


Todos los miembros del circo “Des monstres de papiers” esperaban con ilusión el cumpleaños de los mellizos. No todos los días se cumplían dieciocho años.
Es cierto, que para muchos de los componentes del circo, sólo se celebraba el cumpleaños de Jerry. Era muy difícil pensar que esa niña tan callada, solitaria y perfecta pudiese ser hermana de un chico tan especial como él. Por eso, más de uno se sorprendía cuando éste, año tras año, obligaba a su hermana a soplar las velas con él.
Jerry era el alma de la función. Su aspecto y su personalidad lo habían convertido en la estrella del circo. Su fama y su espectáculo habían traspasado fronteras y eran muchos los espectadores que viajaban durante horas para, sorprendidos, divertidos y horrorizados, ser testigos de lo que Jerry denominaba: “La folie de Jerry”. Un espectáculo lleno de magia, de humor absurdo y de sangre donde Jerry era capaz de escuchar los pensamientos y los secretos de un voluntario colocando su tercera oreja sobre el pecho de éste y arrancar después su corazón en un truco no exento de riesgos, que provocaba vómitos y desmayos. Algunas familias devotas solían concentrarse en la puerta de la carpa para rezar a gritos durante la función, intentando alejar al diablo de su pueblo. Sin embargo, nada conseguía impedir que los espectadores se acercasen al circo movidos por el asco y la curiosidad y dispuestos a pagar lo que fuese necesario para entrar a la función.
Cuando la fiesta de cumpleaños terminó y todos los invitados se habían marchado a sus caravanas. Jerry y Rose Mary decidieron dar un paseo por los alrededores del circo. Otro año más, Martha, había desaparecido desde por la mañana temprano y no volverían a verla en varios días. Siempre se marchaba cuando llegaba el cumpleaños de sus hijos. En dieciocho años no había sido capaz de soportar la idea de que Rose Mary fuese su hija y, poco a poco, también se fue alejando de Jerry que no estaba dispuesto a separarse de su hermana. Desde su nacimiento, Aleksei había sido el único dispuesto a hacerse cargo de los dos hermanos que siempre lo habían visto como un padre.
Jerry hablaba sin parar de sus planes de futuro. Quería revolucionar el circo de los monstruos. Estaba cansado de la opinión que tenía el mundo de ellos. No sólo eran monstruos, también eran artistas. Creadores de momentos mágicos e irrepetibles. Cuando lo consiguiese, Rose Mary y él, serían las estrellas del espectáculo.
Rose Mary no escuchaba las palabras de su hermano. Sentía nauseas, mareos y dolor. Hacía tres días que se sentía agotada y angustiada. Además, le resultaba imposible comer. Todo le daba asco. Un trozo de tarta, que su hermano le había dado en un plato y que había insistido en que se comiese, era lo único que había entrado en su estómago en los últimos días. Pensó que la mayoría de edad le había sentado mal o, en un caso hipotético, era posible que alguien la hubiese envenenado. El dolor comenzó a ser insoportable y cayó al suelo. Jerry se abalanzó sobre su hermana.
    • ¿Qué te pasa Rose Mary? -le pregunto Jerry preocupado.
Pero ella no dijo nada. Tan sólo se retorcía de dolor en el suelo. Su hermano gritó con todas sus fuerzas pidiendo auxilio. Pronto, se dio la voz de alarma y todo el circo corrió al lugar donde estaban los mellizos.
Cuando Aleksei llegó, se arrodilló junto a Rose Mary.
    • ¿Qué le sucede? -preguntó Aleksey.
    • No lo sé. Ha caído al suelo de repente y no consigo que me diga nada -respondió Jerry-. ¿Dónde está mi madre?
    • No lo sé. Como siempre, un coche negro vino por ella -contestó Aleksei.
La conversación terminó ahí. Nadie en todo el circo sabía dónde y con quién estaba Martha. Pero era el mismo coche que venía a recogerla todos los cumpleaños de los mellizos.
El dolor de Rose Mary crecía y crecía y la expectación era cada vez mayor. Alguien había llamado al médico, pero éste tardaría en llegar. De pronto, Rose Mary, dio un grito de dolor que atravesó a todos los presentes, recorrió la ciudad, rasgó el cielo se perdió por la oscura carretera. Inexplicablemente, comenzó a llover con fuerza y se hizo el silencio. Algunos, pensaron que la joven había muerto. Aleksei apretó la mano de ella y Jerry, desesperado e impotente, la abrazó con todas sus fuerzas.
Rose Mary tosió débilmente. Poco a poco estaba recobrando las fuerzas. El dolor había desaparecido y, ahora, necesitaba respirar. Apartó a su hermano y se incorporó buscando que la lluvia cayese sobre su rostro. Sentía que algo dentro de ella había cambiado. Podía ver el mundo con ojos diferentes. El dolor se había llevado consigo su juventud y las pocas esperanzas de ser feliz. Sentía desazón, rabia, odio y furia. Abrió los ojos y miró a su alrededor. Se sorprendió al ver la cara de los allí presentes.
Nadie podía creer lo que estaban viendo. Bajo la lluvia, habían sido testigos de un hecho asombroso. Aleksei se tapó el rostro con las manos y comenzó a llorar. Jerry miraba a su hermana horrorizado.
Una negra, densa y larga barba poblaba el rostro de Rose Mary.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry

CAPÍTULO 5

Tom estaba tumbado en la cama de la pensión. Se sentía abatido y agotado. Llevaba meses recorriendo una ciudad tras otra. Visitando circo tras circo sin conseguir que ninguno le diese la oportunidad de mostrar todo lo que había dentro de él. Tom entendía que debía ser complicado para los dueños de los circos ver en él al monstruo que llevaba dentro. Sin embargo, no comprendía como ninguno de ellos había querido darle, siquiera, una oportunidad. Quizás su madre tenía razón y aquel sueño que lo había acompañado desde la niñez, era tan sólo una estupidez más en su vida.
Un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Oyó pasos tras la puerta. Era un caminar lento e irregular. Como de alguien que arrastra una pierna. Los pasos se detuvieron y todo quedó en silencio. Tom miraba la puerta fijamente. Estaba seguro de que la persona que caminaba en el pasillo se había detenido tras ella, tras su puerta. No sabía muy bien qué hacer. Esperó. Alguien metió por debajo de la puerta un sobre blanco y golpeó el marco dos veces.
Tom se incorporó de la cama y se dirigió rápidamente hacia el picaporte. Abrió sin vacilar y miró a ambos lados del pasillo. No había nadie. El largo corredor estaba completamente vacío. Tan sólo el pequeño zumbido de las bombillas amarillas rompía un silencio frío que hizo temblar a Tom. Su cuerpo se estremeció inexplicablemente. No estaba solo. Aunque la persona que había dejado aquel sobre en su habitación hubiese desaparecido, él sabía que no estaba solo y que el insólito frío que atería su cuerpo provenía de algo o de alguien que sentía justo a su lado. Como un espectro que lo miraba detenidamente mientras analizaba su rostro milímetro a milímetro. Aquello era demasiado extraño. Es cierto que llevaba unos días con la sensación de que alguien lo seguía, sin embargo, no había sido capaz de descubrir quien era. Aquella forma de actuar y aquel sobre, demostraban que él estaba en lo cierto y que había una persona tras sus pasos.
Cogió el sobre del suelo y se sentó en la cama. No había nada escrito. Lo abrió con cuidado y encontró, en su interior, una foto. La sacó y la miró fijamente durante varios minutos. No podía creerse lo que sus ojos veían. ¿Cómo era posible que una foto como esa hubiese llegado a sus manos así? No sabía qué pensar.
Poco a poco, Tom se fue tumbando en la cama. No dejaba de mirar la foto. Aún no había conseguido quitarse el frío de encima. Buscó una manta para taparse mientras absorto miraba aquella imagen. Al final, agotado, se quedó dormido.
Sobre la cama, junto a él, una fotografía en blanco y negro. En ella, aparecía la madre de Tom muy joven, sonriente y feliz, con un bebé en sus brazos y, a su lado, un hombre. Bueno, el cuerpo de lo que parecía un hombre, pues el trozo de fotografía donde se encontraría la cabeza estaba arrancado. En la parte superior derecha, sobre la madre de Tom, podía leerse: Circo “De monstres de papier”.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry.

CAPÍTULO 4



Desde el nacimiento de los mellizos, Aleksei ejerció de padre. Llevaba años trabajando como pareja de Martha y sentía que era su obligación como compañero. Además, desde el principio, la madre se había mostrado distante con sus hijos y alguien debía hacerse cargo de ellos.

Jerry era un niño alegre, cariñoso y muy simpático. Le gustaba corretear por todas partes y jugar con todos los miembros del circo. Pronto, tuvo su primera oportunidad en el mundo del espectáculo. Un papel pequeño dentro de la función. Tan sólo tenía que entregar un paquete a Goliat el gigante. Pero en cuanto aparecía en el escenario, el público dejaba escapar un largo, tierno y entrañable “¡Ooooh!” Que se tornaba en horror y repugnancia cuando descubrían la tercera oreja de su frente. Todo un éxito. Él solo, era capaz de vender todas las entradas de la función. Más de uno de los actores hubiese deseado semejante muestra de asco hacia su persona, pero eso era un don que no estaba al alcance de cualquier artista.

Rose Mary, sin embargo, fue una niña solitaria y retraída. Era tal su belleza, su hermosura y su perfección que nadie quería estar a su lado. Todos se sentían más horribles y más monstruosos cada vez que estaban cerca de aquel ser.

No dijo sus primeras palabras hasta los 4 años, aunque nadie se dio cuenta de su silencio. Pasaba los días sentada en una vieja silla de enea. Lejos de todo el mundo. Mirando al infinito y en silencio. Solamente Jerry y Aleksei eran capaces de atraer su atención. Su hermano conseguía, en algunas ocasiones, que ambos diesen un pequeño paseo juntos e incluso que jugasen a rayuela.

Martha nunca se acercó a su hija. Se sentía avergonzada de que un ser de semejante belleza hubiese salido de su vientre. Estaba convencida de que la culpa de todo la tenía el padre. Nunca debió montarse en ese coche negro. Nunca debió entrar en aquel palacio. Nunca debió... Hay noches, difíciles de olvidar.

Sin embargo, cada vez que el coche negro aparecía por el circo, Martha lo dejaba todo y se subía en él. Algunas veces, pasaban días hasta que ella volvía y, en más de una ocasión, lo hacía con algunos moratones en el cuerpo. Sin embargo, ella traía una enorme sonrisa y un gran fajo de billetes que escondía en un bote de Eko bajo la cama, junto con otros fajos de billetes. No siempre el espectáculo sucedía sólo en el circo.

viernes, 24 de octubre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry.


CAPÍTULO 3

    • Aprenderé -dijo Tom.
    • No hay nada que aprender -continuó el responsable del circo-. Aquí se nace con un don o no se sirve. Es lo más sencillo del mundo. ¿Crees que alguien pagaría por ver a un chico como tú, tan normal, con sus dos ojos, sus dos piernas, con sus dos brazos...? Te digo yo, que llevo en esto 30 años, que nadie pagaría por verte la cara.
    • Estoy seguro de que si me da una oportunidad, no le defraudaría. Le demostraría que puedo ser tan monstruoso como cualquier otro artista.
    • Mira chaval, estoy seguro de que te esforzarías y de que trabajarías duro y sin rechistar -el responsable del circo tomó aire-. Sin embargo, no tienes cabida en un lugar como éste como no la tiene una ballena en la selva o un león en el fondo del mar. ¿Te imaginas un león en medio del océano, pidiendo a gritos que le dejen vivir allí? Es imposible, y cuanto antes te des cuenta de ello, mejor. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante locura? Esta noche has visto nuestro espectáculo y has conocido a nuestros artistas. Esta noche has vivido la magia de nuestro circo y entiendo que te hayas sentido embriagado por las luces y los aplausos, pero tú jamás podrás ser como ellos. Jamás podrás formar parte de nuestro espectáculo.
    • Pero, ¿por qué? -volvió a preguntar desesperado Tom.
    • Sencillamente, porque eres normal, demasiado normal, para trabajar en un circo de seres extraordinarios.

El dueño del circo se giró y se marchó sin decir nada más. Tom cogió su maleta y se alejó a lo largo de la calle, intentando entender por qué había nacido normal, cuando sólo deseaba ser un monstruo.

Hacía un mes que había dejado su casa y ya eran demasiados los lugares que lo habían rechazado. Ni siquiera le habían dado una oportunidad para demostrar su talento. Quizá su madre tenía razón y nunca conseguiría trabajar en un circo de seres extraordinarios, sencillamente, por ser normal. Por no haber nacido deforme. Pero él se sentía un monstruo. Desde pequeño sentía que no formaba parte de ningún lugar, que era un bicho raro. Un niño normal rechazado por ser un monstruo y un monstruo rechazado por ser normal. Jamás encontraría un lugar en el que sentirse tranquilo. Había hecho todo lo posible por formar parte del mundo. Se había vestido de manera normal. Había actuado como una persona normal. Comido, hablado, pensado y jugado con normalidad. Pero seguía sintiendo las miradas extrañas de sus compañeros de colegio, de sus profesores, de sus vecinos. Miradas terribles que lo desnudaban, capaces de hacerle sentir vergüenza por ser él mismo. Pero por mucho que lo intentase, todas las noches tenía aquel extraño sueño. Un sueño donde su cuerpo deforme arrancaba los aplausos y los vítores del público. Y al despertar, corría hasta el espejo para ver su rostro y comprobar que todo seguía igual. Entonces, deseaba arrancar la máscara de su cara y liberarse de sí mismo. De la pesada carga de ser alguien encerrado en un cuerpo y en una vida que no le pertenecían.

Tom caminaba despacio arrastrando los pies. No había nadie en la calle. Estaba solo, se sentía solo. Debía encontrar un lugar donde pasar la noche e intentar dormir. Mañana sería otro día y había muchos circos que visitar aún. Descansar le vendría bien. Intentar no pensar.

Entró en uno de las pensiones que poblaban la calle. En la recepción, una chica joven lo miró con desconfianza. Pidió una habitación con baño. Ella le dio la llave de la 404. Subió las escaleras de cuatro plantas con ritmo cansino. La joven volvió a su lugar de descanso y cerró con llave. Tom abrió la puerta del cuarto y se dirigió directamente a la cama. Se tumbó sobre las sábanas grises con la ropa puesta y se durmió. Apenas cerró los ojos, volvió a soñar. De nuevo, se sintió atrapado en aquel espectáculo, abrumado por los aplausos, orgulloso de ser un monstruo. En su rostro, una sonrisa.

Desde uno de los oscuros callejones que cruzaban la calle, una anciana vestida de negro había seguido los pasos de Tom con la mirada mientras en su bolso guardaba una fotografía en blanco y negro.

martes, 14 de octubre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry


CAPÍTULO 2

Todo el elenco de artistas que formaba el circo “De monstres de papier” esperaba con impaciencia el nacimiento del hijo de Martha, la mujer de tres ojos. Todos se arremolinaron alrededor de la joven madre para protegerla del frío y ayudarla en el parto. Nadie le había preguntado nunca a Martha quién era el padre y ella nunca había hablado de ello. Durante los nueve meses de embarazo, se había comportado muy profesionalmente y jamás se había quejado o dejado de trabajar. Hasta la última función del día, ella había estado sobre el escenario mostrando sus tres ojos y representando su pequeño teatrillo con Aleksei, el hombre sin nariz.

Fue justo a medianoche cuando Martha se puso de parto. La gran mayoría de los actores, aún permanecían en el comedor terminando su plato de arroz hervido y bebiendo vino. Rápidamente, Goliat arrastró con su brazo todo lo que había sobre la mesa y lo dejó caer al suelo. Agarró a Martha y la tumbó. No era la primera vez que alguien se ponía de parto en el circo y todos tenían bastante claro su papel en aquel espectáculo.
 
Jerry no tardó en llegar al mundo. Un fuerte llanto llenó de alegría a todos los allí presentes. Además, el niño venía con un pan debajo del brazo o, mejor dicho, con una oreja en la frente. El recién nacido tenía tres orejas y aquello aseguraba su futuro profesional dentro de “Des monstres de papier”. Pero el parto no terminó ahí. Martha seguía gritando de dolor. Juana La Enana fue la primera en percatarse de que la función no había terminado y que aún quedaba por nacer otro ser. En apenas unos segundos, nació el segundo hijo de Martha. En este caso, una niña preciosa y perfecta. 
 
Todos quedaron inmóviles al descubrir la belleza de aquella niña. Su hermosura resaltaba aún con más fuerza en un lugar donde la suciedad y la fealdad encontraban un espacio perfecto para habitar sin llamar la atención.

Aleksei fue el único capaz de acercarse a ella y cogerla en brazos. La niña, al contrario que su hermano, no derramó una lágrima. Sus grandes ojos azules miraban detenidamente a los horribles espectadores allí congregados. Los observaba con detenimiento, como si estuviese mirando dentro del alma de cada uno de ellos. Más de uno sintió un escalofrío y, alguno, incluso miedo. 
 
La madre, Martha, no quiso ni tocarla. Gritó con todas sus fuerzas cuando Aleksei intentó poner al bebé sobre su regazo. Lo insultó y pataleó con rabia y desprecio. Aquella niña tan perfecta no podía haber salido de sus entrañas. 
 
Aleksei la llevó consigo a su caravana bajo la atenta mirada de una troupe de monstruos. En la soledad de su hogar y bajo la luz del candil, le puso por nombre Rose Mary.

lunes, 6 de octubre de 2014

La otra historia de Tom y Jerry.





CAPÍTULO 1



Desde su nacimiento, Tom siempre había soñado con trabajar en el circo. Pero no en un circo cualquiera. Él deseaba formar parte de un circo repleto de seres extraordinarios. Hombres y mujeres únicos como él.

A su madre, aquella idea le pareció siempre absurda. Su hijo era un chico normal que soñaba con ser diferente. Todos los jóvenes de esa edad eran iguales. Todos fantaseaban con una vida alejada de convencionalismos y estereotipos. Sin embargo, Tom no quería ser un superhéroe dispuesto a salvar el mundo o, incluso un villano deseoso de dominar y destruir el planeta. Su madre hubiese preferido un niño malvado que un aprendiz de monstruo. Pero al niño se le había metido en la cabeza la inquietante idea de ser un prodigio para formar parte del elenco de actores y actrices que actuaban en los circos monstruosos que se habían puesto tan de moda en los últimos años.

A los once años, Tom despertó una mañana con la ilusión de haberse vuelto monstruoso. Corrió hasta el baño, encendió la luz y miró atentamente su imagen en el espejo esperando encontrar un cambio, un indicio de su transformación en engendro de feria. Pronto descubrió que su rostro seguía siendo el de un niño normal y la ilusión que habitó en sus ojos se convirtió en rabia y frustración.

Desde ese día, todas las mañanas despertaba con el mismo deseo. Corría hasta el baño, encendía la luz y miraba su imagen en el espejo una y otra vez. Todas aquellas cientos de mañanas, transformaron su mirada en fracaso, dolor y rabia.

El día del decimo octavo cumpleaños de Tom y tras una vida penosa y sin amigos. Agarró un poco de ropa que metió en una vieja maleta de su madre y fue a la cocina para despedirse de ella. Ésta lo esperaba con las luces apagadas y una pequeña tarta en las manos. Cuando Tom encendió la luz y descubrió a su madre, no pudo reprimir un pequeño gesto de sorpresa.

    • ¡Felicidades! -gritó su madre.

Tom no dijo nada. Se dirigió hacia ella y de un leve soplido apagó la pequeña vela que su madre acababa de encender. Ambos se sentaron en la mesa de la cocina sin decir nada. Repartieron la tarta de cumpleaños y comenzaron a comer en silencio. Fue en el segundo trozo de pastel cuando su madre descubrió la vieja maleta junto a la silla.

    • ¿Te vas? -preguntó la madre.
    • Sí. Ha llegado el momento de salir de aquí y hacer realidad mi sueño. En algún lugar del mundo hay un circo esperándome. Dispuesto a entender al ser que llevo dentro.
    • Ningún circo te contratará jamás -dijo la madre.
    • Y eso, ¿cómo lo sabes?
    • Lo sé. He visto demasiados circos de monstruos para saber que tú nunca formarás parte de ellos. Por mucho que lo pienso, no recuerdo en qué momento te has vuelto loco.
    • Yo tampoco recuerdo el momento en el que lo hiciste tú -dijo Tom-. Quizás enloqueciste poco a poco. En todas esas tardes, sentada en el sillón, esperando con la mirada perdida a un hombre que te repudió cuando descubrió que estabas embarazada.
    • Tu padre.
    • Mi padre ¿Por qué no hablas de mi padre?
    • ¿Todo esto lo haces por tu padre? -preguntó la madre.
    • No. No lo sé –Tom se quedó pensando unos segundos-. Sé que dentro de mí hay un monstruo con un deseo enorme de encontrar su sitio lejos de toda esta falsa perfección. Lejos de ti y de esta casa.
    • Es mejor que te vayas.
    • Es mejor que me vaya.

Tom dejó la cuchara en el plato y se levantó de la silla. Su madre no se movió. Siguió comiendo. Tom cogió la maleta y se marchó sin decir nada.

Se oyó el sonido de la puerta al cerrarse y quedó el silencio de todos los recuerdos.